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Conoce quién soy
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por Kiyoshi Aiko

En los pliegues de la vida, donde la rutina muchas veces esconde lo esencial, Alma encuentra poesía. Su recorrido es una invitación a mirar más allá de lo evidente, a contemplar lo pequeño con ojos renovados y a descubrir que cada instante guarda un latido profundo.

Arte, espiritualidad y filosofía se entrelazan en su mundo como hilos que tejen un mapa interior. Aquí no hay respuestas definitivas, sino preguntas que inspiran:

¿Qué nos susurra la naturaleza?

¿Qué papel juega nuestra sensibilidad en la forma en que vivimos y creamos?

En cada obra de Alma resuena esa búsqueda, una exploración constante de la conexión entre el alma y el mundo.

A través de pinceladas de acuarela, palabras que calan y reflexiones que tocan lo invisible, ella nos recuerda que lo más auténtico de nosotros está en las sombras, las luces y los detalles del día a día. Su obra no solo busca ser contemplada, sino sentida, como un eco que despierta algo olvidado en quien la observa.

Hay almas que encuentran su voz en las palabras y otras que la descubren en los trazos. Alma pertenece a ambas. Desde que era una niña, el arte fue el puente entre su interior y el mundo, un idioma que hablaba con tizas, lápices y colores. Allí, en los rincones de su hogar, entre cuadernos y libros que tímidamente marcaba con garabatos, ya se adivinaba una vida destinada a la creación.

Los años la llevaron por caminos donde la poesía se convirtió en refugio, y nombres como Federico García Lorca, Rafael Alberti y Rubén Darío sembraron versos que ella hacía suyos en los márgenes de sus días. Adolescente aún, el arte se unió a sus manos con fuerza: el bachillerato, la cerámica artística, la restauración arqueológica, la literatura, la fotografía, el diseño gráfico. Todo era aprendizaje, pero también un descubrimiento constante de su sensibilidad.

Hubo también encuentros que encendieron nuevas pasiones. A los 17 años, conoció a alguien que abrió las puertas de su espiritualidad, enseñándole a escuchar el susurro de la naturaleza, a mirar las estrellas y sentir que en la luna latía un misterio que resonaba en su alma. Este despertar no fue un camino lineal, sino un ir y venir entre su curiosidad por la vida y su capacidad de conectar con lo intangible.

Su amor por la cultura oriental comenzó en su juventud, un lazo que se estrechó con el tiempo y la llevó a explorar el budismo y el taoísmo. La filosofía, la psicología y las energías de lo invisible se convirtieron en compañeras constantes, entrelazándose con su arte de maneras profundas y silenciosas.

Cuando retomó los pinceles a los 34 años, lo hizo como quien regresa a un hogar perdido. Volvieron las acuarelas, los detalles meticulosos, y con ellos, una pasión que ya no podía callar. En su estudio, entre los paisajes que pinta, las gotas de agua que nacen de su pincel y los insectos que cobra vida en papel, Alma vuelca cada emoción, cada pensamiento.

Hoy, su trabajo no es solo una manifestación artística; es un diálogo con el mundo. Es una invitación a detenerse, a mirar más allá de lo evidente y a dejarse tocar por la poesía de lo cotidiano. Cada lámina, cada fotografía y cada reflexión son un pedazo de su esencia, un recordatorio de que lo más bello a menudo está escondido en lo más simple.

En la persona que ahora camina a su lado, Alma ha encontrado no solo amor, sino también un espejo de sus profundidades y una chispa para explorar aún más. Con su influencia, nuevas sendas se abren en su camino, iluminadas por la espiritualidad y el descubrimiento constante.

Alma es, en esencia, una buscadora incansable: de belleza, de verdad, de conexiones que atraviesan el tiempo y el espacio. Su obra es su regalo al mundo, un mapa hacia los paisajes interiores que todos llevamos dentro, esperando ser descubiertos.

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